lunes, 25 de marzo de 2013

LA NECESIDAD DE AMAR. Por Alonso Martos.



Sin amor, la humanidad no podría existir un día más”. (Erich Fromm).
 

Estaba escuchando la canción “Sentimiento de amor” del grupo Triana y me han venido a la memoria aquellas largas noches de estudio, previas a los exámenes finales, cuando brotaba “el sentimiento de amor que me llevaba hacia ti”, Mujer. Y en las páginas del libro, en los apuntes, todas las palabras decían tu Nombre; y en el cerebro, ocupado plenamente Contigo, no entraba otra idea... otras ideas... Entonces, era el momento de hacer un descanso, ir al bar de costumbre, pedir un café y dirigirse a la máquina de discos :
 
-  Introducir moneda:un duro.
-  Seleccionar canción: “El día que me quieras” de Roberto Carlos.
 
Y allí, desde la atalaya del taburete y barra, perdida la mirada en el horizonte de la taza, encendía “un ducados”, aspiraba hondamente el humo del cigarrillo y comenzaba a sonar el vinilo :
    Acaricia mi ensueño
    el suave murmullo de tu suspirar,
    cómo ríe la vida
    si tus ojos negros me quieren mirar.
    Y si es mío el amparo
    de tu risa leve, que es como un cantar.
    Ella aquieta mi herida
    ¡Todo, todo se olvida!” (…)
Por aquella época leí un precioso libro – que os recomiendo – del sociólogo, psicólogo y filósofo alemán, Erich Fromm: “El Arte de Amar”.
No hace mucho, hallé en una deteriorada libreta, la reseña que hice del mismo. Y, porque creo que tiene plena vigencia en la actualidad, quiero compartirla con vosotros.
 
Para la mayoría de las personas, dice Fromm, el amor es una sensación placentera, cuya experiencia es una cuestión de azar, algo con lo que uno “tropieza” si tiene suerte.
Sin embargo él defiende que “el amor es un arte que requiere conocimiento y esfuerzo” desde el punto de vista teórico y práctico.
El amor comienza con la existencia humana. Aunque encontramos una “forma de amor” en los animales, sus afectos se refieren a los instintos, de los que sólo algunos restos operan en las personas.
Lo esencial en la existencia del hombre es el hecho de que ha emergido del reino animal, de la adaptación instintiva, de que ha trascendido la naturaleza -si bien jamás la abandona y siempre forma parte de ella- y, sin embargo, una vez que se ha arrancado de la naturaleza, ya no puede retornar a ella; una vez arrojado del paraíso -un estado de unidad original con la naturaleza-, no puede regresar a él. Sólo puede ir hacia adelante desarrollando su razón, encontrando una nueva armonía humana. La persona tiene conciencia de sí misma, como una entidad separada; sabe de su breve paso por la vida, de que nace sin que intervenga su voluntad y que ha de morir en contra ella.
La vivencia de su soledad, de su “separatidad”, de su desvalidez frente a las fuerzas de la naturaleza y la sociedad, provoca angustia. Estar separado significa estar aislado, sin posibilidad alguna para utilizar mis poderes humanos.
La base de nuestra necesidad de amar está en el deseo de abandonar la prisión de la soledad. La unión, la fusión interpersonal es el impulso más poderoso que existe en el hombre. Constituye su pasión más fundamental, la fuerza que sostiene a la raza humana, al clan, a la familia y a la sociedad.
La incapacidad para alcanzarlo significa insania o destrucción -de sí mismo o de los demás-. Sin amor, la humanidad no podría existir un día más.
Trátase del amor como solución madura al problema de la existencia. El amor maduro significa unión a condición de preservar la propia integridad, la propia individualidad. Es un poder activo en el hombre; un poder que atraviesa las barreras que separan al hombre de sus semejantes y lo une a los demás; el amor lo capacita para superar su sentimiento de aislamiento y “separatidad”, y no obstante le permite ser él mismo, mantener su integridad. Se da, pues, la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos.
En el amor pasional, la persona es esclava de la pasión; su actividad es una “pasividad” en tanto que sufre la acción y no la realiza. El amor es una acción, una práctica de un poder humano, que sólo puede realizarse en la libertad y jamás como resultado de una compulsión; es un «estar continuado», no un «súbito arranque».
Este carácter activo hace que amar sea fundamentalmente dar, no recibir. Dar constituye la más alta expresión de potencia. Dando experimento mi fuerza, mi riqueza, mi poder. Tal experiencia de vitalidad y potencia exaltadas me llena de dicha. Me experimento a mí mismo como desbordante, pródigo, vivo, y, por tanto, dichoso. Dar produce más felicidad que recibir, no porque sea una privación, sino porque en el acto de dar está la expresión de mi vitalidad.
¿Qué le da una persona a otra? Da de sí misma, de lo más precioso que tiene, de su propia vida. Ello no significa necesariamente que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está vivo en él -da de su alegría, de su interés, de su comprensión, de su conocimiento, de su humor, de su tristeza-, de todas las expresiones y manifestaciones de lo que está vivo en él. Al dar así de su vida, enriquece a la otra persona, realza el sentimiento de vida de la otra al exaltar el suyo propio. No da con el fin de recibir; dar es de por sí una dicha exquisita. En lo que toca específicamente al amor, eso significa: el amor es un poder que produce amor.
Además del elemento de dar, el carácter activo del amor implica ciertos elementos básicos, comunes a todas las formas del amor. Esos elementos son: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.
  • Que el amor implica cuidado es especialmente evidente en el que profesa una madre por su hijo. El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos. Cuando falta tal preocupación activa, no hay amor.
  • La responsabilidad, en su verdadero sentido, es un acto enteramente voluntario; constituye mi respuesta a las necesidades, expresadas o no, de otro ser humano. Ser «responsable» significa estar listo y dispuesto a «responder». La persona que ama, responde, de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere = mirar): la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única.
  • Respetar significa preocuparse porque la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. De ese modo, el respeto implica la ausencia de explotación. Quiero que la persona amada crezca y se desarrolle por sí misma, en la forma que les es propia, y no para servirme. Si amo a la otra persona, me siento uno con ella, tal cual es, no como yo necesito que sea, como un objeto para mi uso. Es obvio que el respeto sólo es posible si yo he alcanzado independencia; si puedo caminar sin muletas, sin tener que dominar ni explotar a nadie. El respeto sólo existe sobre la base de la libertad: el amor es hijo de la libertad, nunca de la dominación.
  • Los tres elementos anteriores serían ciegos si no los guiara el conocimiento. Y éste estaría vacío si no lo motivara la preocupación. Hay muchos niveles de conocimiento; el que constituye un aspecto del amor no se detiene en la periferia, sino que penetra hasta el meollo. Sólo es posible cuando puedo trascender la preocupación por mí mismo y ver a la otra persona en sus propios términos. En el acto de fusión, te conozco, me conozco a mí mismo, conozco a todos. Conozco de la única manera en que el conocimiento de lo que está vivo le es posible al hombre -por la experiencia de la unión-.
Estos elementos constituyen un síndrome de actitudes que se encuentran en la persona madura. El amor inmaduro dice: «Te amo porque te necesito». El amor maduro dice: «Te necesito porque te amo».
 
Hasta ahora he hablado sobre el amor como forma de superar la “separatidad” humana, como la realización del anhelo de unión. Pero por encima de la necesidad universal, existencial, de unión, surge otra más específica y de orden biológico: el deseo de unión entre los polos masculino y femenino. La polarización sexual lleva al hombre a buscar la unión con el otro sexo. El deseo sexual es una manifestación de la necesidad de amor y de unión.
 
Existen diversos tipos de amor, que dependen de la clase de “objeto” que se ama:
 
a) Amor fraternal. Es el amor a todos los seres humanos; se caracteriza por su falta de exclusividad y se basa en la experiencia de que todos somos uno. Si percibo en otra persona nada más que lo superficial, percibo principalmente las diferencias, lo que nos separa. Si penetro hasta el núcleo, percibo nuestra identidad, el hecho de nuestra hermandad. El amor sólo comienza a desarrollarse cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros fines personales.
b) Amor materno. Es el amor incondicional; una afirmación incondicional de la vida del niño y sus necesidades. Es la actitud que inculca en el niño el amor a la vida.
c) Amor erótico. Es el anhelo de fusión completa, de unión con una única otra persona. Por su propia naturaleza, es exclusivo y no universal. Excluye el amor por los demás sólo en la fusión erótica, pero no en el sentido de un amor fraterno profundo. Es frecuente encontrar dos personas «enamoradas» la una de la otra que no sienten amor por nadie más. Son dos seres que se identifican el uno con el otro, y que resuelven el problema de la separatidad convirtiendo al individuo aislado en dos. Es también, quizá, la forma de amor más engañosa que existe.
En primer lugar, se lo confunde fácilmente con la experiencia explosiva de «enamorarse» o enamoramiento. La intimidad se establece principalmente a través del contacto sexual. Pero la intimidad de este tipo tiende a disminuir cada vez más a medida que transcurre el tiempo. El resultado es que se trata de encontrar amor en la relación con otra persona, con un nuevo desconocido. La experiencia de enamorarse vuelve a ser estimulante e intensa, para tornarse otra vez menos y menos intensa, y concluye en el deseo de una nueva conquista, un nuevo amor - siempre con la ilusión de que el nuevo amor será distinto de los anteriores -. El carácter engañoso del deseo sexual contribuye al mantenimiento de tales ilusiones. Este deseo puede ser estimulado por la angustia de la soledad, por el hecho de querer conquistar o ser conquistado, por la vanidad... tanto como por el amor. No obstante, el amor puede inspirar el deseo de la unión sexual; en tal caso, la relación física hállase libre de avidez, del deseo de conquistar o ser conquistado, pero está fundido con la ternura.
d) Amor a sí mismo. Es creencia común que amar  a los demás es una virtud, y amarse a sí mismo, una forma de egoísmo, ya que cuanto más me amo, menos amo a los otros. Serían, pues, amores excluyentes, en el sentido de que cuanto mayor es uno, menor es el otro. Pero esto no tiene porqué ser así, ya que el amor a sí mismo está inseparablemente ligado al amor a cualquier otro ser. No sólo los demás, sino nosotros mismos somos objeto de nuestros sentimientos y actitudes. 
e) Amor a Dios. Es el resultado de la idealización del los amores materno y paterno. El carácter del amor a Dios depende de la respectiva gravitación de los aspectos matriarcales y patriarcales en la religión. El aspecto patriarcal me hace amar a Dios como a un padre; supongo que es justo y severo, que castiga y recompensa.En el aspecto matriarcal de la religión, amo a Dios como a una madre omnímoda.
Pero la evolución de la conciencia religiosa tiende a que Dios deje de ser la figura de un padre y se convierta en el símbolo de sus principios, los de justicia, verdad y amor. Dios es verdad, Dios es justicia. En ese desarrollo, Dios deja de ser una persona, un hombre, un padre y se convierte en el símbolo del principio de unidad subyacente a la multiplicidad de los fenómenos. 
 
Hasta aquí hemos desarrollado la parte teórica del amor.
En lo que a la práctica se refiere, poco puede decirse, según el autor, pues amar es una experiencia personal que sólo podemos tener por y para nosotros mismos; en realidad, prácticamente no existe nadie que no haya tenido esa experiencia, por lo menos en una forma rudimentaria, cuando niño, adolescente o adulto.

 A modo de CONCLUSIÓN puede decirse que el amor sólo es posible cuando dos personas se comunican entre sí desde el centro de sus existencias. Por lo tanto, cuando cada una de ellas se experimenta a sí misma desde el centro de su existencia.
Sólo en esa «experiencia central» está la realidad humana, sólo allí hay vida, sólo allí está la base del amor. Experimentado en esa forma, el amor es un desafío constante; no un lugar de reposo, sino un moverse, crecer, trabajar juntos; que haya armonía o conflicto, alegría o tristeza, es secundario con respecto al hecho fundamental de que dos seres se experimentan desde la esencia de su existencia, de que son el uno con el otro al ser uno consigo mismo y no al huir de sí mismos. Sólo hay una prueba de la presencia de amor: la hondura de la relación y la vitalidad y la fuerza de cada una de las personas implicadas; es por tales frutos por los que se reconoce el amor.
La gente capaz de amar, en el sistema actual, constituye por fuerza la excepción; el amor es inevitablemente un fenómeno marginal en la sociedad occidental contemporánea. No tanto porque las múltiples ocupaciones no permiten una actitud amorosa, sino porque el espíritu de una sociedad dedicada a la producción y ávida de artículos es tal que sólo el no conformista puede defenderse de ella con éxito. Los que se preocupan seriamente por el amor como única respuesta racional al problema de la existencia humana deben, entonces, llegar a la conclusión de que para que el amor se convierta en un fenómeno social y no en una excepción individualista y marginal, nuestra estructura social necesita cambios importantes y radicales. 
La sociedad debe organizarse de tal forma que la naturaleza social y amorosa del hombre no esté separada de su existencia social, sino que se una a ella. Si es verdad, como he tratado de demostrar, que el amor es la única respuesta satisfactoria al problema de la existencia humana, entonces toda sociedad que excluya, relativamente, el desarrollo del amor, a la larga perece a causa de su propia contradicción con las necesidades básicas de la naturaleza del hombre.
 
Hablar del amor no es «predicar», por la sencilla razón de que significa hablar de la necesidad fundamental y real de todo ser humano.
 
Y cuando en mis ratos de lectura, las palabras me traen Tu Nombre, Mujer, empieza a sonar el estribillo de aquella vieja canción de la máquina de discos...
 
El día que me quieras,
La rosa que engalana,
Se vestirá de fiesta
Con su mejor color(...)

La noche que me quieras,
Desde el azul del cielo,
Las estrellas celosas
Nos mirarán pasar

Y un rayo misterioso
Hará nido en tu pelo,
Luciérnaga curiosa
que verá que eres mi consuelo”.

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