domingo, 22 de diciembre de 2019

DEL CONFESIONARIO AL FACEBOOK. Por Alonso Martos.

<<Que no pase un día sin que des tu opinión de mierda     
Que no pase un día sin que cuentes tus miserias (…)
 
Todo lo que piensas es importante
Mejor que lo sueltes cuanto antes>>.
 (Los Punsetes:"Opinión de mierda").


Hasta hace menos de un siglo, la moral pública y el control ideológico estaba, en buena medida, en manos de la Iglesia. Los clérigos manipulaban nuestros miedos y temores mostrándonos, en una mano, el palo del fuego infernal al que nos abocaba el camino del pecado y, en la otra, la zanahoria de la eterna salvación, si obedecíamos sus mandamientos sin rechistar.

Servíanse del poderoso instrumento del confesionario donde, tras el preceptivo "Ave María Purísima" de la presentación, el apenado pecador abría el pesado saco de la mala conciencia y abocaba los pecados cometidos de palabra, obra o pensamiento. Porque, claro, no sólo era pecado robar un saco de naranjas sino que también lo era tener pensamientos y deseos impuros. Pensamientos y deseos que en lo tocante al sexo eran especialmente graves. ¡Como si fuera tan fácil ponerle puertas al campo del deseo carnal! La represión sexual suele encontrar siempre alguna rendija por donde alumbrar la incontenible lascivia, haciendo que la vista se desvíe hacia alguna/o "irresistible prójima/o".

El sacerdote tampoco se olvidaba de recordarnos en román paladino que "el pito no se toca" por aquello de que "los tocamientos impuros nos dejarían ciegos". Y tras alguna que otra advertencia, nos imponía la penitencia: con tres padrenuestros y un avemaría quedaríamos más limpios que un jaspe; la absolución llegaba acompañada de un ininteligible latinajo y ... "vuelta la burra al trigo". Hasta la próxima.

En esas estábamos cuando, los poderes encargados de procurarnos el opio adormecedor, se sacaron de la manga las llamadas redes sociales asociadas a Internet. Ahora, las personas descargamos nuestra conciencia y expresamos nuestros pesares en Facebook, dejando al margen las estructuras o grupos sociales culpables de nuestras penas. Es un desvío de la queja hacia la nada, un cómodo "activismo de sofá" que nos permite, desde el salón de nuestra casa y mientras tomamos un aperitivo, "salvar" a todo tipo de minorías oprimidas, oponernos a la guerra o defender a los animales.

Y no sólo eso, las redes sociales son el mejor exponente del chafarderío global: ahora, lo mismo puedes entristecerte porque la mascota de un amigo australiano tiene "síntomas depresivos" que saltar de alegría porque la vecina del quinto está enamorada; igual conoces lo que ha desayunado fulanito, que las vacaciones de menganita en el Caribe. 

Menudo chollo para esos alcaldes que cada vez que un albañil coloca una baldosa, hacen la oportuna foto y la publican para que veamos lo mucho que hacen por su pueblo. Lo que no harán pública, seguramente, será su nómina, pero lo demás... ¡Todo nos llega por Facebook!

No niego que Twitter, Facebook o Istagram tengan repercusiones positivas en nuestras vidas o supongan un adelanto para la civilización, pero tampoco puede evitarse, como afirma Umberto Eco, que "legiones de imbéciles" tengan/tengamos derecho a la palabra. Y aquí es donde dan ganas de parafrasear a Nietzsche para decir aquello de que "los débiles deben sucumbir" o dar vivas al "superhombre".

En estas plataformas, la mentira, la media verdad o la boutade demagógica se propagan a una velocidad casi imposible de contrarrestar. Facebook dispone de nuestras conversaciones por Messenger o Watsapp, de nuestras fotos, de los textos que publicamos o de nuestra información confidencial. Cada vez quedan menos áreas de privacidad. Entonces, si la información es poder, ¿Quién tiene el poder real?

Abro mi página de Facebook y lo primero que me encuentro es la más cruda expresión del descaro cibernético en forma de interrogante: <<¿Qué estás pensando, Alonso?>> ¿Queee ... qué estoy pensando? Pues en subirme a la terraza de un rascacielos y, desde allí, dejar caer libremente a mi ordenador y cuando lo vea en el suelo, hecho añicos, le diré que esto le pasa por su desvergüenza haciendo preguntas inconvenientes. Pero claro ... y entonces...¿Dónde leo los periódicos?...¿Quién me avisa de los cumpleaños de los amigos?...¿Cómo me entero - según Manuel Vicent - del <<exabrupto que suelta un personaje ilustre o de la idiotez que emite en una tertulia el pelanas más inane>>? En definitiva, ¿Dónde voy yo a expresar mi <<opinión de mierda>>?

En fin, casi dan ganas de volver al confesionario y, como dice el Roto, soltar a bocajarro: - <<los tiempos han cambiado, padre; vengo a escuchar sus pecados>>. Sí, los tiempos han cambiado: acabo de leer en Facebook que <<cuando el teléfono estaba atado a un cable, éramos más libres; ahora que está libre, nosotros estamos atados a él>>. ¡Qué cosas!

martes, 12 de marzo de 2019

MÁSCARAS "SIN CAMISA": UNA “FALTA DE RESPETO” A LA TRADICIÓN. Por Alonso Martos.


¿Dónde está la camisa? Esto es
un "botellón cencerreado" ¡Qué pena!
Acabamos de celebrar los carnavales de Overa y, un año más, he observado con tristeza y decepción, cómo se vicia y adultera una de sus manifestaciones más genuinas. Y es que, hasta no hace mucho, hemos vivido una singular y entrañable manifestación carnavalesca conocida como “máscaras de camisa”, manteniendo con bastante fidelidad esa original tradición heredada de nuestros ancestros. Pero desde hace unos cuantos años, se ha producido una degeneración y una deformación tal que me atrevería a calificarla como de falta de respeto al legado de nuestros mayores.
 
Desconozco quién fue “el ingenioso creativo que tuvo la “brillante idea” de bajarse la camisa hasta la cintura y pintarse el cuerpo con cera negra, convirtiéndola en un trapo ennegrecido y mugriento, que en muchos casos no tapa ni los calzoncillos. Desconozco, así mismo, quién fue “el genio innovador” que decidió pintar y dejar como a un “San Lázaro” – con o sin su consentimiento - a todo aquel que se sumara a la fiesta. Tampoco sé cuáles habrán sido los motivos por los que carnavaleros sensatos y con sentido común se han visto arrastrados por “tan desacertadas ocurrencias” y han seguido de forma acrítica y lanuda a estos “ignorantes” de la tradición. Ahora bien, lo que sí me consta es que “se han cargado” - o están en trance de cargárselo - este bonito carnaval.

En mi modesta opinión, creo que el objetivo de las máscaras de camisa ha sido - y debe ser - el abrazo; el abrazo afectuoso a los convecinos y visitantes, presidido por el respeto, la buena educación y el mantenimiento de las formas.

Pues bien, ahora resulta que todo aquél que se tropiece con estas máscaras, saldrá ennegrecido y con las ropas manchadas de cera negra, esté o no de acuerdo con tales prácticas. Por eso muchos overenses nos hemos autoexcluido de esta fiesta, que no respeta la tradición; y si los paisanos le damos la espalda, sin soporte vecinal, se habrá convertido en lo que hoy parece ser: un botellón con cencerros. Si no ponemos remedio a esta lamentable situación, habrá que decir aquello de “entre todos lo mataron y él solo se murió”.
 
Tómese lo anteriormente expuesto como lo que es: palabras bienintencionadas de un amante y entusiasta defensor de este bonito y original carnaval. Y por si sirviera de algo, para remediar la situación antes descrita, propongo la creación de una <<Agrupación de Máscaras de Camisa>> con su presidente, vocales, etc, que elaboren unas normas de obligado cumplimiento para todos los integrantes de la misma; siendo excluidas aquellas personas que no respeten la tradición y las formas, así como las que tengan un comportamiento no acorde con la buena educación y el respeto hacia los participantes en la fiesta.

¡Amigos: respetemos y mimemos nuestras tradiciones que nos remiten a las raíces culturales de nuestro pueblo! ¡Todo sea por Overa, sus gentes y sus originales y bonitos carnavales!