Según
el mito, el
pecado, en su aspecto formal, está representado por un
acto contrario al mandamiento divino, y en su aspecto
material por haber comido del árbol de la ciencia.
El acto de desobediencia, como acto de libertad,
es el comienzo de la razón. El mito se refiere a
otras consecuencias del primer acto de libertad. Se
rompe la armonía entre el hombre y la naturaleza.
Dios proclama la guerra entre el hombre y
la mujer, entre la naturaleza y el hombre. Éste se
ha separado de la naturaleza, ha dado el primer paso
hacia su humanización al transformarse en individuo.
Ha
realizado el primer acto de libertad. El mito
subraya el sufrimiento que de ello resulta. Al
trascender la naturaleza, al enajenarse de ella y de
otro ser humano, el hombre se halla desnudo y avergonzado.
Está solo y libre, y sin embargo, medroso e
impotente. La libertad recién conquistada aparece
como una maldición; se ha libertado de
los dulces
lazos del Paraíso, pero no es libre para
gobernarse a
sí mismo, para realizar su individualidad.
"Libertarse
de"
no
es idéntico a libertad positiva, a "libertarse
para".
La
emergencia del hombre de la naturaleza
se realiza mediante un proceso que se extiende
por largo tiempo; en gran parte permanece todavía
atado al mundo del cual ha emergido; sigue integrando
la naturaleza: el suelo sobre el que vive, el
sol, la luna y las estrellas, los árboles y las flores, los
animales y el grupo de personas con las cuales se
halla ligado por lazos de sangre.
Las religiones primitivas
ofrecen un testimonio de los sentimientos de
unidad absoluta del hombre con la naturaleza. La
naturaleza animada e inanimada forma parte de su
mundo humano, o, como también puede formularse,
el hombre constituye un elemento integrante el
mundo natural.
Estos
vínculos primarios impiden su completo desarrollo humano;
cierran el paso al desenvolvimiento de
su razón y de sus capacidades críticas; le permiten reconocerse
a sí mismo y a los demás ten sólo mediante su
participación en el clan, en la comunidad social o religiosa,
y no en virtud de su carácter de ser humano;
en otras palabras, impiden su desarrollo hacia
una individualidad libre, capaz de crear y autodeterminarse.
Pero no es éste el único aspecto, también
hay otro. Tal identidad con la naturaleza, clan,
religión, otorga seguridad al individuo; éste pertenece, está
arraigado en una totalidad estructurada dentro
de la cual posee un lugar que nadie discute. Puede
sufrir por el hambre o la represión de satisfacciones, pero
no por el peor de todos los dolores: la
soledad completa y la duda.
Vemos
así cómo el proceso de crecimiento de la libertad
humana posee el mismo carácter dialéctico que
hemos advertido en el proceso de crecimiento individual.
Por un lado, se trata de un proceso de crecimiento
de su fuerza e integración, de su dominio sobre
la naturaleza, del poder de su razón y de su
solidaridad con otros seres humanos. Pero, por otro
lado, esta individuación creciente significa un aumento
paulatino de su inseguridad y aislamiento y,
por ende, una duda creciente acerca del propio papel
en el universo, del significado de la propia vida,
y junto con todo esto, un sentimiento creciente de
la propia impotencia e insignificancia como individuo.
Si
el proceso del desarrollo de la humanidad hubiese
sido armónico, si hubiese seguido un plan determinado,
entonces ambos aspectos de tal proceso
—aumento de la fuerza y aumento de la individuación—
se habrían equilibrado exactamente.