miércoles, 9 de diciembre de 2015

SEMITONTOS. Por Alonso Martos.


Se dice en mi tierra, fruto de la sabiduría popular, que lo peor en esta vida no es relacionarse con tontos, sino con semitontos. Y dado que el prefijo "semi" significa "medio", "casi" o "no del todo",  este curioso concepto podríamos traducirlo por "medio tonto", "casi tonto" o persona que "no es tonta del todo".
 
Estos especímenes se dan más de lo que parece, pues suelen pasar desapercibidos en los círculos sociales donde se mueven. Parafraseando a Quevedo, podría decirse que <<todos los que parecen 'semitontos', lo son y, además también lo son la mitad de los que no lo parecen>>. Toda su vida está orientada a simular lo contrario de lo que, realmente, son. El semitonto es el paradigma de la impostura, todo en él es apariencia y caparazón. Y es que estos prójimos, suelen tener ese débil hilillo de inteligencia que les permite apercibirse de su cortedad de luces y, conscientes de esa limitación, dedican todas sus energías a disimularlo ante la sociedad. La mayoría de sus comportamientos tienen como finalidad crearse una máscara para desfigurar y esconder su "escuridad de ingenio". En un principio dan el pego, pero si les quitas un poco de maquillaje, rápidamente dejas al descubierto su verdadera piel.

Pero no queda aquí la cosa, sino que además necesitan un esfuerzo suplementario para mostrarse como personas más listas que los otros por lo que, siendo lo menos, intentan aparentar ser lo más. Para que su tenue luz brille, se afanan - sin conseguirlo, es obvio - en apagar las de los demás. El "casitonto" está siempre con las defensas activadas para rechazar cualquier actuación que pueda descubrirlo. No les sienta bien que los corrijas, pues entienden que pones al descubierto su ignorancia: recordemos aquello de “corrige al sabio y lo harás más sabio; corrige al necio y lo harás tu enemigo”. Es un acomplejado y lleva muy mal que no se le reconozcan "sus logros en la vida". Por más que sea una descarada adulación, él la asimila como la más sincera de las alabanzas. No puede admitir que no sea un reconocimiento a sus méritos. Desconoce la autocrítica. Es más, ante "la falta de aplausos" a sus logros, no dudará en autoadularse utilizando las más rebuscadas técnicas del disimulo. 

Acostumbran a tratar a sus congéneres como si fueran tontos por lo que suelen "pegarse" a las buenas personas que, sin malicia ni doblez, les ofrecen su sincera amistad y una desinteresada compañía.  Su falta de materia gris les impide entender que bondad, nobleza, generosidad, prudencia y educación  no son atributos de los mentecatos, sino de los inteligentes. No entienden el proverbio según el cual "el verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser tonto delante de un tonto que aparenta ser inteligente"

Por eso, no hay trampa más efectiva para cazar a uno de estos fulanos que parecer un zote ante sus ojos. Como de tanto practicarlo se ha creído su papel, ante un supuesto tonto, el "mediotonto"  se crece, baja la guardia y deja al descubierto su necedad. Estas son sus presas preferidas porque, al no pararles los pies,   le refuerzan su creencia. No se dan cuenta de que si no le cantan las cuarenta es por no ponerse a su altura y porque el silencio suele ser la respuesta de los inteligentes. Éstos no pierden el tiempo, ni se molestan, en poner en  evidencia las tácticas de disimulo y las tretas que estos  "sanciroles" usan para parecer alguien en la vida.

Como reconoce que no puede “ser”, se refugia en el tener: cualquier logro material lo convierte en un acto fruto de su “gran inteligencia”.  Por eso, otra prueba para reconocerlo es "tocarle el bolsillo" e inmediatamente veremos brotar la ruindad a borbotones: su mezquindad es tal que gorrear un simple café en el bar puede hacerlo feliz. Nunca pensará que la invitación es fruto de la generosidad y del gusto del "pagano", sino del acierto de haberse arrimado al tonto adecuado al que ha "sacado" la invitación. Mira a sus congéneres por lo que tienen y por el "provecho" que pueda obtener de ellos, no por lo que son; tal es su escala de valores. Carente del sentido del ridículo, el estulto cree engañar a los demás cuando se engaña a sí mismo, confundiendo su  malicia con la inteligencia. 

Nos encontramos así, con una variante del semitonto: el listillo, ese abominable individuo cuyas armas preferidas son la malicia y la picardía, usadas para sacar provecho de algo y, a menudo, a costa de los demás. Ahora bien, estando como están siempre pendientes de colársela a los otros, a ellos le meten todos los goles por el centro de la portería: no ven por dónde pasa el balón, lo que no nos ha de extrañar pues lo suyo es una cuestión de luces... Y es que, como decía Manuel Azaña, "la picardía fracasa siempre, aunque no siempre vaya a la cárcel".

Su nombre responde también a aquellas personas que presumen de saber y ... "dime de qué presumes y te diré de qué careces". No exponen sus ideas por el placer de debatir o para enriquecerse confrontándolas con otras, sino que lo suyo es pura exhibición de "su sabiduría". Además, sería ocioso intentar debatir con estos personajes, pues son impermeables a los argumentos. Convierten la desvergüenza en atrevimiento: no tienen el menor empacho en decir una cosa y la contraria si es necesario para “triunfar” en la discusión.

 Una especie de listillo, según Arturo Pérez-Reverte, es también el gilipollas. Dice este autor que <<un gilipollas es un tonto que no sabe que lo es, y que además se cree listo. Para entendernos, una mezcla de cantamañanas y tonto del ciruelo. Que a veces ni siquiera hace falta que hable, ni nada. Y al que a menudo se le conoce hasta por los andares...Pero hay gilipollas que hablan, naturalmente. Y que escriben. O que -vamos a pluralizar- escribimos. El otro día oí hablar a uno de ellos, o tal vez era una de ellas. Porque gilipollas los hay de ambos sexos, y algunos hasta con carrera. La estupidez, aunque mucho más acusada en los hombres que en las mujeres ... no es exclusiva del varón>>.
 
¡Hombre, Sr Pérez-Reverte, los gilipollas con carrera gozan de un plus de gilipollez! Pero, ¿quién ha dicho que tontuna y título universitario son aceite y agua?: Hay mucho titulado por la "Universidad de Beocia" o "licenciados en estulticia", como diría un amigo. Es más, un tonto ilustrado es un peligro para la colectividad porque, disfrazado de poses y expresiones profundas, puede acceder a cargos importantes, cometiendo las más diversas tropelías.

Y hablan ... ¡Claro que hablan! La palabra es el arma de los charlatanes y, el decir, la máscara del farsante. No hay nada mejor que el lenguaje para ocultar el propio pensamiento. Estas cotorras, al carecer de criterio y de ideas, suelen repetir las ajenas; rara vez inician una conversación con argumentos, sino que esperan a que los demás expongan los suyos para sumarse a los mismos, cuando no a hacerlos pasar como propios. Apuestan siempre por las ideas-moda como caballo ganador, porque confunden lo mayoritario con lo cierto y razonable; desconociendo, así mismo, que por más cabezas que tenga el rebaño, la razón siempre la tendrá el pastor, aunque no siempre la use.

Y ...  puede que, para aparentar cultura, alguna vez escriban. Pero actúan con el mismo patrón: o tienen un "negro" que les hace la faena o se valen de sus malas artes para aprovecharse de los conocimientos de los demás, haciéndolos pasar por suyos; quizás alberguen la ilusa pretensión de apropiarse de la inteligencia y el saber ajenos. Esto demuestra cuán ingenuos son y que su inteligencia está a la altura de su vergüenza. 

Y ... , a veces, leen; pero no esperen ver en manos de estos mendrugos una publicación científica, un interesante ensayo o literatura de calidad; ni lo entenderían, ni sabrían apreciarlo. En caso de leer, aprovechan la espera en la peluquería para instruirse con las revistas del chisme o con los periódicos del opio futbolero. En formato libro, a lo más que llegan estos zotes es a esas novelitas romanticonas, pastosas y acarameladas que sólo atraen a los bobos pegajosos; letras escritas por simples y para simples.

Otra característica de estos cebollinos es su alergia a doblar el lomo, por lo que le temen al trabajo duro más que a una vara verde; lo que no es óbice para que nos los podamos encontrar ejerciendo cualquier profesión. Eso sí, sienten predilección por aquellas ocupaciones con poco control y supervisión, como las relacionadas con la compraventa o algunas del sector público, y especialmente, aquellas actividades donde la charlatanería y el embaucamiento, el trapicheo y la mentira o  el medro fácil y el latrocinio tengan más cabida. Por ello, no es raro encontrarlos  entre los tratantes, comisionistas, vendedores de humo y de castillos en el aire, que suelen ser profesionales del "biendecir" y del "malhacer"; aunque, quizás, donde más abunden sea en el mundo de la política dado que, en los últimos tiempos, ha sido un terreno bien abonado para estos indeseables.

Rematemos, pues, la confección de este traje  con el broche común a todos los bodoques: el ser envidiosos y malpensados, aunque tampoco les sonroje la mentira ni les hagan ascos a lo ajeno. Y como no le queda pecho para tanta medalla colguémosle la postrera, como su mejor joya: y es que el mejor valor del semitonto es no ser lo suficiente beocio como para no poder reconocerse en el presente texto, si el azaroso destino lo pusiera ante sus ojos.
 
Quiero añadir, como conclusión, que no estaría mal tratar con cierta soberbia a estos dechados de antivirtudes, desenmascarándolos y ridiculizándolos; pero, sobre todo, habría que aplicarles un tratamiento homeopático, haciéndoles el vacío y forzándolos a que se relacionen entre ellos. Así, los pondríamos ante el espejo de sus iguales y probarían el mismo jarabe que ellos dan a los demás. Ya lo dice el refrán: <<no hay mejor cuña que la de la misma madera>>. ¡Que se cuezan en su propia salsa!

En fin, y yo, que no soy más listo ni tonto que cualquiera, a mis cuarenta y veinte tacos - ¡ya ves tú! - aquí sigo igual de flaco, igual de calavera, perdiendo el tiempo con los bambarrias*.¡Es menester ser tonto!


(*)Paráfrasis de la canción "El blues de lo que pasa en mi escalera" de J. Sabina.