martes, 12 de enero de 2021

ANDRÉS SÁNCHEZ: UN PEDÁNEO PARA LA ERMITA. Por Alonso Martos Sánchez.

CASA-CORTIJO DE ANDRÉS SÁNCHEZ.
 
Actualmente rehabilitada por sus nuevos propietarios. Foto: J. Pardo.

Hijo de Andrés y Catalina, D. Andrés Sánchez Martínez (1886-1962) fue durante muchos años alcalde pedáneo(1) de La Concepción. Pacificador en rencillas, zurcidor de roturas y urdidor de arreglos entre vecinos, procuraba siempre la reparación de las faltas leves que éstos pudieran cometer. Era un hombre de orden, de autoridad moral y ascendencia sobre sus convecinos; honesto y amigo de la verdad; una persona que no desperdiciaba las palabras y cuando daba una, la sellaba con un apretón de manos, a la antigua usanza. Predicaba con el ejemplo, era más de hechos que de vocablos.

Por eso el orden empezaba en su propia casa. Me han contado la anécdota según la cual un forastero llegó a La Concepción preguntando por un señor, del que no recordaba el nombre, cuya única referencia era que tenía muchos hijos y que a la hora de comer, sentados a la mesa, no se oía ni el vuelo de una mosca. No dudaron en remitirlo a la casa de mi abuelo; porque en esa morada, amigos, como en otras muchas, se practicaba aquello de <<comiendo no se habla>>; allí no se daban voces, ni se oían palabras malsonantes; en aquella casa reinaba el respeto y la educación sin más coerción que la palabra. Allí se educaba en el bien, la honradez, el trabajo, la sencillez, etc; unos valores que figuraban en el frontispicio de aquel hogar.

Mi abuelo Andrés, como tantos otros jóvenes de principios del siglo XX, probó suerte en tierras americanas emigrando a Argentina, país que calificaba como la <<tierra del olvido>>, debido a que muchos emigrantes no regresaban a sus lugares de origen. Y como él no quisiera ser tentado por esa posibilidad, decidió volver a la tierra que le vio nacer para realizar su proyecto de vida y formar una familia. Así, pues, contrajo matrimonio con Dña María Ruiz Parra (1890-1969), de la familia de <<los Cocineros>>, en Los Menas. El mote respondía a que su padre, Francisco o Frasquito - que así es como se le conocía - fue cocinero del Padre Ayas, oficio que había aprendido en la <<mili>> y que después ejercería al servicio del acaudalado presbítero.

El matrimonio fijó su residencia en los <<Cortijos del Hondo>>, en la intersección del camino de Los Ballestas con el que nos conduce a Palacés, en una casa-cortijo que disponía de una parte dedicada a vivienda y otra a las estancias productivas. La casa, de dos plantas y cubierta con teja árabe a dos aguas, se componía de una amplia entrada o recibidor, a la derecha del cual se hallaba la cocina-comedor, con el hogar y un cuarto que hacía de fregadero y despensa. En el ala izquierda, estaban los dormitorios y como la prole era numerosa, hubo que habilitar alguno más en la segunda planta, en la que también se situaba la cámara, que era el lugar donde se oreaban y almacenaban los productos de la matanza del cerdo o diferentes frutos para su consumo fuera de temporada. En la parte trasera se situaban las piezas relacionadas con las actividades productivas: las cochineras, el gallinero, la cuadra, etc. Encima de ésta se encontraba el pajar, que a su tradicional función de almacenamiento de la paja se unían otras como la de guardar los orones(2) de harina para que no se apolillara, también se conservaban muy bien los tomates o las naranjas envueltos en paja.

La fachada, orientada al Norte, miraba a un ensanche donde se hallaba una frondosa higuera de las llamadas del reino y, a corta distancia, un horno de barro del que salían las nutritivas hogazas de pan, así como los deliciosos <<mantecaos>> o los exquisitos <<sobaos>>, las ricas tortas de manteca o de chicharrrones, etc. Y al este, separados de la vivienda por el camino, dos hermosos bancales de naranjos.

En esta casa vieron la luz y se criaron con salud diez hijos, siete varones y tres mujeres; a saber: Andrés, Francisco, Baltasar, Miguel, Catalina, Ana, Diego, Lorenzo, Alonso y María. Como era costumbre en esa época, los hombres se dedicaban al trabajo fuera de casa, mientras que las mujeres se ceñían a las labores domésticas. No obstante, en momentos puntuales y en determinadas faenas había colaboración por ambas partes.

Mi abuela María era ese motor silencioso que mueve el universo familiar; para ella los días tenían más de 24 horas. ¿No era suficiente faena traer al mundo y criar a 10 hijos? Pues no, además había que coser, zurcir, remendar, lavar, planchar, cocinar...Y si de madrugada se tenía que echar la <<empajá>>(3) a las bestias, pues allí estaba ella para procurar un mayor descanso a los hombres.

Los Sánchez Ruiz, como otras familias de Overa, tenían un pie en cada orilla del río; ir a <<aquel lao>> era lo más normal y podía repetirse varias veces al día; las <<pasaeras>>(4) eran los puntos suspensivos que indicaban la continuación de la intrahistoria de las gentes de ambas riberas. Y como en el mundo rural tradicional la base de la riqueza era la tierra, además de ser aparceros de Dña Jacoba – y después de Dña María Molina – tenían sus propias tierras, de cuyo cultivo dependía el que pudieran vivir con las necesidades básicas cubiertas y si era posible, tener una cierta holgura económica <<por lo que pudiera pasar el día de mañana>>. El trabajo y el ahorro eran las bases de la economía, cuya  ley fundamental aconsejaba no gastar más de lo que se ingresaba. Aunque fuera poco, convenía ir <<echando algo al saco>> periódicamente y en caso de que éste se llenase, entonces era el momento de atarle la boca, como solía decir mi abuelo.

La actividad agrícola se complementaba con la cría de animales, tanto para su engorde y posterior venta, como para la obtención de derivados: leche, queso, huevos, etc. Se trataba de una economía de subsistencia donde los excedentes suponían una importante fuente de ingresos para la unidad familiar; aquí todo se aprovechaba, apenas se generaban residuos: hasta las cenizas del hogar se abocaban en el estercolero y servían de fertilizante.

Pero no todo era trabajar; también había tiempo para ir de ronda, asistir a los bailes o disfrazarse en los carnavales... En los mismos era frecuente ver a Baltasar, un patilargo de dos metros, disfrazado de mujer; tampoco era raro que, en la matanza del cerdo, Alonso tirara algún tiesto en su propia casa haciéndose pasar por un vecino... En fin.

La imagen que tengo de mi abuela María es la de una mujer muy alta, delgada, toda de negro y con el pelo recogido bajo un pañuelo, dirigiéndose al horno y sacando aquellas latas de dulces navideños que eran una auténtica delicia. Sin embargo, de todos los recuerdos, el más característico es el de una palabra que sólo se la oí decir a ella: <<jícara>>(5). Cuando iba a visitarla siempre me ofrecía un trozo de pan y una jícara de chocolate. 

Mi abuelo falleció antes, por lo que los recuerdos que guardo son más difusos: tengo la imagen de un hombre más bien alto que vestía un chaleco negro y de uno de sus ojales salía una cadena de la que pendía un reloj de bolsillo. Se le conocía como Andrés <<el Mono>>, un apodo heredado de su familia materna, pues si no estoy mal informado, a su madre le llamaban la <<tía Mona>>, no sé si porque era muy bella - monísima – o porque tuviera un aspecto simiesco.¡Vete tú a saber! En cualquier caso, lo que sí puedo afirmar es que mi abuelo formó una <<monísima>> familia y que yo no necesito las teorías darwinistas para saber que provengo de la <<monería>>. ¡Y a mucha honra!, como solemos decir por aquí.

¿Qué va a decir uno de sus nietos?


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(1) Persona que tiene atribuciones de alcalde sobre una entidad administrativa inferior al municipio (RAE). Generalmente era nombrado de entre lo vecinos con mayor autoridad moral y conocimiento de los diferentes asuntos de la pedanía y solía desempeñar algunas funciones parecidas a las del juez de paz.

(2) Un orón es un recipiente cilíndrico, hecho de pleita de esparto, similar a un serón. 

(3) La <<empajada>> es una mezcla de paja y cebada que se le suministraba a las bestias de madrugada, con la fianalidad de que repusieran fuerzas para las duras faenas de la siguiente jornada.

(4) Piedras grandes que se colocaban en el cauce del río para atravesarlo sin meterse en el agua.

(5) Vasija pequeña, generalmente de loza, que suele emplearse para tomar chocolate (RAE) y por extensión, también designa a una onza de la tableta de chocolate.


sábado, 2 de enero de 2021

AQUELLAS MATANZAS EN EL CORTIJO DE ALONSO. Por Alonso Martos.

CORTIJO DE ALONSO.
Actualmente, propiedad de D. Mariano Viúdez.Foto: J.Pardo.

Había en el cortijo dos carros: Uno grande y otro más pequeño al que llamaban <<el volquete>>, que debía su nombre a que se podía <<volcar>> girando la caja sobre su eje, para descargar de golpe y más fácilmente la mercancía. Tirados por aquellas fuertes y bravas mulas, estos vehículos, lo mismo transportaban una carga de piedras calizas de las rellanas de la Concepción, destinadas a la calera del Fuentes, que unas dulces y refrescantes sandías para venderlas en los mercados locales.

Ahora bien, al menos una vez al año realizaban un transporte especial y extraordinario: se trataba de trasladar a Ruperta de Gaspar al cortijo de su hermano para realizar la matanza del cerdo; un transporte especial y extraordinario, porque así era <<la mama Perta>>, que bajaba por el camino real, sentada en una silla en medio de la caja del carro, rodeada de chiquillos, a modo de ángeles con la Virgen en el trono. Simpatía, encanto, gracia, bondad... Su boca sólo emitía palabras de agrado y satisfacción ...¡Nada de penas! Una mujer especial, difícil de repetir, aunque dejó buenas muestras de esa excelente madera humana, entre las que citaré, por llevar su nombre, a dos de sus nietas; dos Rupertas de las que bien puede afirmarse aquello de <<vean las astillas y conocerán el palo del que proceden>>.

Así pues, con la llegada del frío invernal, el olor a cebolla cocida, que emanaba de la chimenea, anunciaba que al cerdo le había llegado su <<sanmartín>>. El <<mataor>>, que a la sazón era mi tío Pascual, se presentaba bien temprano en el cortijo con el propósito de ejecutar la sentencia, que pesaba sobre la cabeza del <<chino>>(1) desde el día en que entró en la marranera.Terminada esta primera faena, los hombres pasaban a la casa para tomar alguna copa acompañada de aquellos deliciosos dulces navideños.

A partir de aquí, las mujeres se ponían en funcionamiento: Ahí veríamos los ardiles de <<la Chispera>>, un puro nervio arropado de mandil y refajo, pelo recogido bajo un pañuelo negro, y aunque parecía que se la iba a llevar el viento, era una máquina incansable para llevar a cabo estos menesteres; mi <<chacha Ana María>> con el lebrillo de sangre, tan hacendosa siempre; la <<mama Perta>>, remangada, con el garbillo lleno de tripas para lavarlas junto al aljibe; mi abuela Águeda, nueras, sobrinas e invitadas. ¡Todas, manos a la obra! 

Esa noche se viviría un concurrido acontecimiento festivo entre participantes e invitados, cual era la degustación de las ricas morcillas recién sacadas de la caldera; entre bromas y chascarrillos, sin darle tregua a la bota de vino, que rondaba de comensal en comensal, se pasaría una agradable y divertida velada, bien merecida después de un día de mucho ajetreo. Eso sí, no había que descartar que algún miembro de la reunión, decidiera animarla poniendo <<púas picantes>>(2), provocando las risas de los asistentes o un pasajero enfado entre los más susceptibles.

El animal sacrificado, abierto en canal y suspendido del techo, permanecería aquella noche en la estancia más fría y ventilada del cortijo, hasta la mañana siguiente en que el matarife procedía a despedazarlo. Ahora tocaba el tratamiento y preparación de otros productos como la elaboración de los embutidos – longanizas, chorizos, salchichones, butifarras y morcones - que junto con las mantas de tocino se colgarían en alguna dependencia destinada al efecto. Daba gusto ver aquellas cañas llenas de embutidos o las finas vetas de magra de las citadas mantas, que más tarde irían consumiéndose, trozo a trozo, colocados encima del pan, cortados con la navaja y acompañados de unos ajos frescos y el vino del país. 

La segunda jornada de matanza también tenía su parte festiva; a medio día se cocinaría una buena sartenada de migas, acompañadas de las preceptivas <<tajás>> de carne y morcilla, entre otras cosas. Los niños pululando cerca de la chimenea a ver si caía algún <<pegao>>(3) o investigando dónde estaba la arquilla de mantecados y rollos para hacerle una visita de vez en cuando. Mi abuelo Alonso y el tío Nicolás, acomodados en sus respectivas butacas, felices y entretenidos por el bullicicio y el trajín...En fin. Colocábase la sartén sobre las trébedes y sentados en sillas y posetes alrededor de la misma, entre trago y trago del porrón, los comensales darían cuenta de esas nutritivas migas; así repondrían fuerzas para continuar y rematar la faena, hasta dar por concluido este evento invernal. Después tocaría la limpieza de la casa y de los apechusques que serían aparcados en algún rincón, quedando a la espera de ofrecer sus servicios el año venidero.

Pero no acababa aquí la cosa: ahora empezaba <<otra matanza>>: aquella en la que <<el chino>> era una palera y que los niños reproducíamos fielmente en nuestros juegos, tras haber observado con detalle cada uno de las actuaciones de los adultos. Así estaríamos preparados y entrenados para recoger el testigo cuando llegara el momento de efectuar la <<matanza de verdad>>.

Ahora sí podemos dar por concluido uno de los acontecimientos domésticos y semifestivos de mayor transcendencia vital para la familia, ya que suponía un recurso alimenticio de primer orden, que aportaba a la despensa una carne de excelente calidad para ser consumida a lo largo del año. Allí, en <<el Cortijo de Alonso>> se trabajaba mucho, pero también se comía y se bebía sin miseria; era un hombre espléndido y bondadoso, con un gran corazón y muy humano. ¡Era <<un gran hombre>>!

 Lo dice uno de sus nietos.

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(1) Chino: Forma coloquial con que designamos al cerdo.

(2) Se trataba de colocar, en un lugar escondido de la estancia, un recipiente metálico que contenía unas brasas, a las que se le añadía un puñado de semillas de pimiento picante; la inhalación del humo de la combustión producía picor de garganta, tos o alguna que otra ventosidad.

(3) Un <<pegao>> era un trocito delgado de masa que se pegaba en la sarten mientras se cocinaban las migas y que generalmente, gustaba mucho a los niños.