sábado, 2 de enero de 2021

AQUELLAS MATANZAS EN EL CORTIJO DE ALONSO. Por Alonso Martos.

CORTIJO DE ALONSO.
Actualmente, propiedad de D. Mariano Viúdez.Foto: J.Pardo.

Había en el cortijo dos carros: Uno grande y otro más pequeño al que llamaban <<el volquete>>, que debía su nombre a que se podía <<volcar>> girando la caja sobre su eje, para descargar de golpe y más fácilmente la mercancía. Tirados por aquellas fuertes y bravas mulas, estos vehículos, lo mismo transportaban una carga de piedras calizas de las rellanas de la Concepción, destinadas a la calera del Fuentes, que unas dulces y refrescantes sandías para venderlas en los mercados locales.

Ahora bien, al menos una vez al año realizaban un transporte especial y extraordinario: se trataba de trasladar a Ruperta de Gaspar al cortijo de su hermano para realizar la matanza del cerdo; un transporte especial y extraordinario, porque así era <<la mama Perta>>, que bajaba por el camino real, sentada en una silla en medio de la caja del carro, rodeada de chiquillos, a modo de ángeles con la Virgen en el trono. Simpatía, encanto, gracia, bondad... Su boca sólo emitía palabras de agrado y satisfacción ...¡Nada de penas! Una mujer especial, difícil de repetir, aunque dejó buenas muestras de esa excelente madera humana, entre las que citaré, por llevar su nombre, a dos de sus nietas; dos Rupertas de las que bien puede afirmarse aquello de <<vean las astillas y conocerán el palo del que proceden>>.

Así pues, con la llegada del frío invernal, el olor a cebolla cocida, que emanaba de la chimenea, anunciaba que al cerdo le había llegado su <<sanmartín>>. El <<mataor>>, que a la sazón era mi tío Pascual, se presentaba bien temprano en el cortijo con el propósito de ejecutar la sentencia, que pesaba sobre la cabeza del <<chino>>(1) desde el día en que entró en la marranera.Terminada esta primera faena, los hombres pasaban a la casa para tomar alguna copa acompañada de aquellos deliciosos dulces navideños.

A partir de aquí, las mujeres se ponían en funcionamiento: Ahí veríamos los ardiles de <<la Chispera>>, un puro nervio arropado de mandil y refajo, pelo recogido bajo un pañuelo negro, y aunque parecía que se la iba a llevar el viento, era una máquina incansable para llevar a cabo estos menesteres; mi <<chacha Ana María>> con el lebrillo de sangre, tan hacendosa siempre; la <<mama Perta>>, remangada, con el garbillo lleno de tripas para lavarlas junto al aljibe; mi abuela Águeda, nueras, sobrinas e invitadas. ¡Todas, manos a la obra! 

Esa noche se viviría un concurrido acontecimiento festivo entre participantes e invitados, cual era la degustación de las ricas morcillas recién sacadas de la caldera; entre bromas y chascarrillos, sin darle tregua a la bota de vino, que rondaba de comensal en comensal, se pasaría una agradable y divertida velada, bien merecida después de un día de mucho ajetreo. Eso sí, no había que descartar que algún miembro de la reunión, decidiera animarla poniendo <<púas picantes>>(2), provocando las risas de los asistentes o un pasajero enfado entre los más susceptibles.

El animal sacrificado, abierto en canal y suspendido del techo, permanecería aquella noche en la estancia más fría y ventilada del cortijo, hasta la mañana siguiente en que el matarife procedía a despedazarlo. Ahora tocaba el tratamiento y preparación de otros productos como la elaboración de los embutidos – longanizas, chorizos, salchichones, butifarras y morcones - que junto con las mantas de tocino se colgarían en alguna dependencia destinada al efecto. Daba gusto ver aquellas cañas llenas de embutidos o las finas vetas de magra de las citadas mantas, que más tarde irían consumiéndose, trozo a trozo, colocados encima del pan, cortados con la navaja y acompañados de unos ajos frescos y el vino del país. 

La segunda jornada de matanza también tenía su parte festiva; a medio día se cocinaría una buena sartenada de migas, acompañadas de las preceptivas <<tajás>> de carne y morcilla, entre otras cosas. Los niños pululando cerca de la chimenea a ver si caía algún <<pegao>>(3) o investigando dónde estaba la arquilla de mantecados y rollos para hacerle una visita de vez en cuando. Mi abuelo Alonso y el tío Nicolás, acomodados en sus respectivas butacas, felices y entretenidos por el bullicicio y el trajín...En fin. Colocábase la sartén sobre las trébedes y sentados en sillas y posetes alrededor de la misma, entre trago y trago del porrón, los comensales darían cuenta de esas nutritivas migas; así repondrían fuerzas para continuar y rematar la faena, hasta dar por concluido este evento invernal. Después tocaría la limpieza de la casa y de los apechusques que serían aparcados en algún rincón, quedando a la espera de ofrecer sus servicios el año venidero.

Pero no acababa aquí la cosa: ahora empezaba <<otra matanza>>: aquella en la que <<el chino>> era una palera y que los niños reproducíamos fielmente en nuestros juegos, tras haber observado con detalle cada uno de las actuaciones de los adultos. Así estaríamos preparados y entrenados para recoger el testigo cuando llegara el momento de efectuar la <<matanza de verdad>>.

Ahora sí podemos dar por concluido uno de los acontecimientos domésticos y semifestivos de mayor transcendencia vital para la familia, ya que suponía un recurso alimenticio de primer orden, que aportaba a la despensa una carne de excelente calidad para ser consumida a lo largo del año. Allí, en <<el Cortijo de Alonso>> se trabajaba mucho, pero también se comía y se bebía sin miseria; era un hombre espléndido y bondadoso, con un gran corazón y muy humano. ¡Era <<un gran hombre>>!

 Lo dice uno de sus nietos.

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(1) Chino: Forma coloquial con que designamos al cerdo.

(2) Se trataba de colocar, en un lugar escondido de la estancia, un recipiente metálico que contenía unas brasas, a las que se le añadía un puñado de semillas de pimiento picante; la inhalación del humo de la combustión producía picor de garganta, tos o alguna que otra ventosidad.

(3) Un <<pegao>> era un trocito delgado de masa que se pegaba en la sarten mientras se cocinaban las migas y que generalmente, gustaba mucho a los niños.


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