lunes, 30 de septiembre de 2013

NOMBRES Y APELLIDOS "VULGARES". Por Alonso Martos.


Hace poco he sabido que un concejal convergente del Ayuntamiento de Barcelona se ha cambiado el apellido García por Freixedes.¿Sufrirá algún síndrome identitario? Quién sabe, sus razones tendrá el hombre.

Pero me ha venido a la memoria el comentario que, en cierta ocasión, me hizo una señora catalana, de nombre muy catalán y apellidos catalanísimos. Decía, que los nombres y apellidos castellanos eran muy vulgares. Porque claro, eso de llamarse Carmen, Alberto o Antonio es una auténtica vulgaridad.

Seguramente esta señora no se había apercibido de que con un pequeño toque de distinción podían quedar como los chorros del oro. Veamos: Quitemos una letra a los nombres citados y ya verán ustedes cómo la noche se hace día. Así Carme, Albert o Antoni quedan exentos de cualquier pizca de vulgaridad.
 
Si no queremos ahorrar letras – para no dar pábulo a la fama de tacaños - podemos añadir alguna. Así José pasará a ser Josep; Ana, Anna y... santas pascuas.

Pero, prescindiendo de restas y adiciones, bastará un pequeño cambio para darles rango y finura. Joaquín pasará a ser Joaquim; Carlos, Carles... Que Joaquim mantiene un cierto regusto vulgar, pues llámese Quim y tendremos la distinción en persona.

Aunque la opción más aconsejable es elegir el nombre que menos se parezca a su homónimo castellano. Valga como muestra Bartomeu por Bartolomé o Cristòfol por Cristóbal. Con todo, siempre encontraremos a alguien que piense que el culmen de la finura y la distinción sería bautizarlo como Christopher.

¿Queréis ponerle la guinda al pastel? Pues llamémosle Cugat a Cucufato y estaremos ante la distinción superlativa.
Pero, como siempre ha de aparecer algún contratiempo, éste se presenta con los nombres que son igual en castellano que en catalán. A saber: Nuria, Ramón...¿Cómo se les ocurrió ponerle a todo un conde catalán el nombre de Ramón Berenguer? Lo de Berenguer, pase, pero ... ¿Ramón? Parece ser que, entonces, no consultaban al oráculo para elegir el nombre, lo cual explicaría que su padre se llamara Berenguer Ramón. Aunque también tiene arreglo la cosa: Ponemos o quitamos una tilde y quedan inmaculados. Nuria será Núria y aquí paz y allí gloria.

Me hago cargo de la vergüenza, el sufrimiento y las penalidades que habrá padecido la señora, habiendo tenido como President de la Generalitat a un José con un apellido que da nombre a un tipo de vino andaluz.
 
Y es que con los apellidos pasa otro tanto. ¿Va a ser lo mismo llamarse Pep Guardiola que Pepe Hucha o Pepe Alcancía? -que por estas dos palabras puede ser traducida Guardiola-. Otro tanto podemos decir de Felip Puig (Felipe Monte) o apellidos como Vilanova (Villanueva), Sabater (Zapatero), Fontcuberta (Fuentecubierta)... Y no digamos con Deulofeu (Dioslohizo) , que así solían apellidarse los llamados hijos “naturales” para diferenciarlos de los otros, que debían ser...ehhh... ¿artificiales, quizás? Imagínense: Arturo Dioslohizo, Pascual Fuentecubierta...¡Qué ordinariez más vulgar o qué vulgaridad más ordinaria!

En otras zonas de nuestra “plurinación” han esquivado la vulgaridad bautizando a sus retoños con nombres en otros idiomas como Iván (Juan, en ruso) o Jennifer (Genoveva, en inglés). Y si han querido añadir clase y categoría, pues... ¡Nombre compuesto y sanseacabó! Buenas muestras de ello serían: Melanie de los Dolores o Jonathan de la Cruz.
Ahora bien, lo ideal sería que el bable, aragonés, panocho o andaluz ascendieran a la categoría de "lenguas propias y vehiculares" en sus respectivos feudos. Así podrían lucir sus "Cuadongas, Chesuses, Penchos, Curros o Zebastianes" sin desmerecimiento o complejo alguno...
 
A los castellanos siempre les quedarían opciones ingeniosas como la de aquella humilde familia que, viendo que su hijo tenía mucho futuro como predicador, buscaron un nombre a la altura de los púlpitos. Llamáronle Gerundio Campazas, alias Zotes. Lo del nombre se debía a que en su vida de estudiante, en una ocasión, había acertado esta forma verbal, lo cual fue motivo de júbilo en la aldea ... El apellido, pareciera tener más relación con el cultivo de la tierra que con el de la inteligencia. Y ya se sabe que en los pueblos y aldeas es frecuente el mote, el cual puede que tuviera que ver con su rendimiento escolar.
 
Y aunque éstos pueden presumir de "Sinforosos, Filogonios, Restitutos, Silvestras, Pomposas o Veremundas", que no se lleven a engaño: Por más que se estrujen los sesos nunca alcanzarán la hidalguía de un Bazkoare Iturriagaetxebarría.

Y entre tanta distinción y brillo, siempre habrá "Juanes, Franciscos, Anas e Isabeles" que irán por este mundo con la frente muy alta, luciendo con orgullo apellidos como García, López o Martínez; los mismos que podrán ejercer el derecho de cambiárselos, si lo creen oportuno.
Por lo demás, llámese cada cual como le plazca que "pa mí to er mundo es güeno" y también los nombres; porque sabido es que el hábito no hace al monje y que lo importante es la persona y sus acciones. No creo que nadie "en su sano juicio" encuentre muchas diferencias de "vulgaridad" entre José, Joseba, Xosé o Josep.
O... a lo mejor sí.


 

lunes, 16 de septiembre de 2013

"CHÉRIGAN": UNA PALABRA ALMERIENSE. Por Alonso Martos.

"Chérigan" es un vocablo almeriense que da nombre a una tapa que podemos degustar en muchos de nuestros bares. 
 
Es difícil situar históricamente el origen de las tapas. Informaciones "wikipédicas" afirman que fue el rey Alfonso X “el Sabio” quien dispuso que, en los mesones castellanos, no se sirviera vino si no era acompañado de algo de comida, para evitar que se subiera rápidamente a la cabeza. En las ventas, eran frecuentes las trifulcas entre arrieros como consecuencia de los efectos del vino. Ya que “es un líquido tan sutil que se sube al púlpito del cerebro a predicar; pues de un cuartillo se va a siete y de siete a... siete mil (Así lo recitaba, al modo juglaresco, mi buen amigo: El Cañón de Overa)”.

Para que no cayeran moscas, mosquitos... en la jarra o copa de vino, se tapaba ésta con una loncha de jamón, rodaja de embutido, cuña de queso o un trozo de pan. De ahí su nombre: Tapa, porque tapaba el recipiente.

Hay quien sitúa su origen en tiempos más cercanos , aunque coincide en que su protagonista es otro rey. En una visita oficial de Alfonso XIII a Cádiz, éste se paró a descansar en un famoso ventorrillo y pidió una copa de vino. Habiéndose levantado una polvareda, el camarero tuvo la ingeniosa idea de colocar una lonchita de jamón en el catavinos real con la finalidad de que no entrara arena en el recipiente. A Su Majestad le gustó la idea, se comió el jamón, bebió el vino y pidió otro pero con tapa.

Aunque no sería descabellado pensar en su origen popular, pues en las dilatadas jornadas laborales , los trabajadores tuvieron la necesidad de ingerir una pequeña cantidad de alimento que les permitiera llegar a la comida principal.

En cuanto a su origen geográfico, tampoco faltan los atrevidos que lo sitúan en Almería o, ampliando un poco el marco, en Andalucía. Ya se sabe, con facilidad le damos nacimiento en nuestra tierra a lo que consideramos bueno o positivo, mientras desterramos con celeridad lo que no goza de estas cualidades.

Sea como fuere, nadie que haya pasado por el Sur negará la variedad y excelencia de nuestras tapas y el fomento de las relaciones sociales derivadas de la práctica del "tapeo".
 
Sin embargo, es probable que pocos sepan el origen del nombre de la tapa que nos ocupa: El "Chérigan".
Chérigan de jamón.
Y es que allá por los sesenta, cuando en Almería, que era “el Hollywood español”, se rodaban los “spaghetti western” y en el desierto de Tabernas algún sheriff perseguía a los forajidos, - o los indios y los vaqueros dirimían sus diferencias a tiro y flechazo limpio - había en el Paseo de nuestra capital una famosa cafetería por la que desfilaba lo más granado de la sociedad almeriense: El Café Colón.

También pasaban por allí los famosos actores y actrices que venían a nuestra tierra a rodar todos los “buenos, feos y malos” peliculeros habidos y por haber. Sobra decir que, en la tierra de la mujeres guapas, la belleza la ponían nuestras paisanas y los hijos de éstas, que para no dejarlas en mal lugar, se parecían a sus madres.

Como no podía ser de otra manera, los gringos daban buena cuenta de nuestros excelentes vinos y cervezas a las que, como es preceptivo en nuestra tierra, acompañaban sabrosas y exquisitas tapas. El cocinero, al que apodaban el sheriff, preparaba una tapa con una rebanada de pan de forma alargada a la que, después de tostarla y untarla con alioli o tomate, añadía atún, jamón, queso...Por su forma y quizás por el ambiente pistolero, dieron en llamarla “The sheriff gun” (La pistola del sheriff).

No tardaron mucho los almerienses de la época en poner la pistola en su funda y las cosas del lenguaje las resolvieron de pacífica manera llamando a la dichosa tapa como le correspondía en "nuestro andaluz": Chérigan.

He aquí una muestra más de la capacidad creativa e innovadora que siempre han tenido las distintas formas expresivas del castellano andaluz.
Y, llegados a este punto, confieso que me he quedado sin balas, que como las palabras , al final también se acaban; pero más vale que así sea porque, de lo contrario, los pesados nunca acabaríamos las historias. Hasta la próxima.