viernes, 1 de abril de 2016

EL ÁLAMO DEL AMOR. Por Alonso Martos.


Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
 
¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
 de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña;
álamos de las márgenes del "Surbo"(1),
conmigo vais, mi corazón os lleva.
                                  (A. Machado)
 
Jóvenes overenses preparados para poner el álamo a la chica de sus sueños. Foto: David Díaz.
  
¡Quién no ha visto corazones tatuados en los troncos de los álamos cantores! ¡Esos corazones del "tú y yo" que esperan el milagro de la primavera y de cuya corteza herida brota la savia del amor!

¡Quién no ha escuchado el trino seductor del colorín que busca pareja con la que anidar en sus ramas! ...¡Ay, álamo; te amo!

Parece ser que, desde muy antiguo, este árbol ha estado relacionado con el despertar de la vida y del amor. En los mitos y leyendas de la antigüedad, el álamo se asocia a las celebraciones festivas relacionadas con el romance y la pujanza de la vida, aunque también a hechos donde aparece la muerte.

Pues bien, para festejar la llegada de la primavera y el renacer de la vida y del amor, en muchos lugares de nuestra geografía, existe la costumbre de poner ramas - o ramos - de diversas plantas a las jóvenes "en edad de merecer", por parte de los mozos que las pretenden. Se trata de un elemento más del cortejo, dentro de los usos amorosos de los diversos pueblos. Cada rama es una señal del código que identifica los sentimientos del mozo hacia la pretendida. Así: álamo, "te amo"; almendro, "te pretendo"; olivo, "no te olvido"; laurel, "sal que te quiero ver"; higuera, "te quedarás soltera", etc.

Ramo en Villanueva de Azoague (Zamora).
Una popular jota nos refiere esta costumbre cantando los amores y desamores de los jóvenes: “Tu querer y mi querer/ en una rama quedó/ Vino un fuerte remolino/ tronco y rama se llevó”. 

También en Overa, seguimos esta bonita tradición conocida como "la noche del álamo". Así, en la madrugada del Domingo de Resurrección, los mozos del pueblo se reúnen para cortar un majestuoso álamo y "plantárselo" a la Virgen. Asimismo, ponen una rama de este árbol en las ventanas o las puertas de las casas donde vivan mozas solteras y, especialmente, a la joven que les hace tilín. Nuestros abuelos, además, le colgaban caramelos, dulces, algún poema o carta amorosa … y se pasaban la noche guardando el álamo para que otro posible pretendiente no se lo quitara y pusiera el suyo.

A la mañana siguiente las casas del pueblo aparecen "enramadas" y las chicas se levantan ansiosas por ver si han sido agraciadas con la magia del álamo del amor.

Pero como toda cara tiene su cruz, también el desamor cabe en esta tradición. Así, el amante despechado puede pagar su desengaño colocando un palerón seco y tan pinchoso como las espinas del  mismísimo desamor o una rama de retama para expresar el desdén o la amargura. Antaño, tampoco era descartable alguna trastada como ponerle un arado en la puerta o amarrar ésta para que no pudieran abrirla desde dentro, etc.

Ahora bien, el primer álamo, el más grande y hermoso, es el destinado a la Virgen. Para tal fin, los jóvenes de mi generación nos citábamos en uno de los bares del pueblo y poníamos dinero para comprar licores con los que animar la noche. Así que, pertrechados con un buen hacha de leñador y alguna sierra o serrucho, nos drigíamos hacia la acequia de los álamos - un tramo de la llamada acequia de la cimbra, que estaba bordeada por unos preciosos y esbeltos ejemplares de álamo blanco - . Los tragos, las bromas y alguna que otra escaramuza  entre los naranjos, en la que alguien podía ser agraciado con un "naranjazo", presidían el corte del árbol asignado a Nuestra Señora. Realizada la faena, lo cargábamos sobre nuestros hombros y lo trasladábamos a la puerta de la iglesia. También en el recorrido había quien hacía alguna jugarreta, como colgarse del tronco para que pesara más, etc. Por aquel entonces, la plaza de la iglesia no estaba urbanizada y era un precioso huertecito de frutales - naranjos, principalmente - con un pasillo central bordeado de rosales. Allí, junto a la puerta del templo, hacíamos un buen hoyo donde "plantábamos" el álamo. Para elevarlo y ponerlo en pie, nos servíamos de una gran cuerda, de la cual tirábamos por la ventana del coro o del campanario. En alguna ocasión llegó a romperse cuando el árbol estaba medio erguido y pudo jugarnos una mala pasada, cayéndonos encima, pero la suerte y la divinidad estuvieron de nuestra parte.

Las nuevas generaciones han continuado fielmente la tradición, pero los tiempos cambian, así como las formas del galanteo o cortejo. Hoy los jóvenes tienen otra manera de relacionarse por lo que, en muchos casos, el ramo, más que el amor romántico, puede ser  el hito que nos señale la amistad entre los vecinos.


Jóvenes que han colocado el álamo a la Virgen. Foto: Adrián Morata.

El hecho de poner un álamo a la Virgen se explica, desde el punto de vista religioso, como una ofrenda para expresar el gozo por la Resurrección de su Hijo. Con el arma del amor, Jesús lucha para salvar al hombre y liberarlo de la opresión y la injusticia, por lo cual es crucificado y muerto. Su resurrección es el elemento central del Cristianismo y representa el triunfo del amor, de la verdad, de la justicia... del bien sobre el mal. Por tanto, la Pascua es la fiesta que celebra la victoria de la luz -vida- sobre la oscuridad -muerte-. También coincide con el equinoccio de primavera, dando énfasis al fin del invierno y al renacimiento de la naturaleza. 
 
Vemos, pues, que se produce un sincretismo entre lo pagano y lo cristiano. La Pascua actual está basada en la fiesta pagana de la primavera, de ahí que la Resurrección de Cristo, coincida con la “resurrección” de la naturaleza, cuyo momento culminante es el comienzo de dicha estación. Batjin nos dice que  <<la forma efectiva de la vida es al mismo tiempo su forma ideal resucitada. Además las fiestas, en todas sus fases históricas, han estado ligadas a períodos de crisis, de trastorno, en la vida de la naturaleza, de la sociedad y del hombre. La muerte y la resurrección, las sucesiones y la renovación constituyeron siempre los aspectos esenciales de la fiesta...La sucesión de las estaciones, la siembra, la concepción, la muerte y el crecimiento son los componentes del ciclo vital productor de la naturaleza y el hombre>>. 
 
El origen remoto de esta entrañable costumbre estaría, por tanto, en los pueblos prerromanos que practicaban cultos mágicos o religiosos para garantizar la fertilidad o en ritos de carácter pagano relacionados con las estaciones del año. El cristianismo los adaptó a su ideario  y los incorporó al calendarios festivo.


La tradición de los ramos o enramadas debió de estar muy extendida por toda la geografía española. Hoy, junto a nosotros, la siguen algunos de nuestros vecinos del Valle del Almanzora - Palacés (Zurgena), Alcóntar, Serón, Urrácal, etc -; también podemos encontrarla en varias localidades granadinas o en lugares tan lejanos como Villanueva de Azoague (Zamora). Muchos pueblos y ciudades conservan la memoria de esta costumbre incluyendo en su callejero la "Calle Enramadas".

No sabemos con certeza cómo llegó hasta nosotros esta tradición, aunque es lógico suponer que acompañó a los repobladores que, procedentes de otras regiones del país, se instalaron en nuestra comarca a partir del siglo XVI, tras la expulsión de los moriscos.

Últimos ejemplares de álamo en la ribera de nuestro río, frente al "Cortijo del aire".
Foto: Cristóbal "el Botas".

Cabe añadir, por último, que estos árboles solían cortarse en lugares de dominio público como las riberas de nuestro río que, junto a baladres y tarayes, estaban pobladas de álamos o chopos. No obstante, si se talaban en alguna propiedad privada el dueño lo consentía y, si en algún caso, hubo denuncia ante los tribunales de justicia, ésta absolvió a los jóvenes amparándose en el derecho consuetudinario, pues era un tradición ancestral.

Los álamos solían abundar en nuestro término pues, desde antiguo, era frecuente que las autoridades municipales velaran por la repoblación de determinadas zonas del territorio,  emitiendo normas que eran recogidas en las ordenanzas. Tal era el caso de las riberas de los ríos o ramblas, para prevenir la erosión y los daños en las fincas colindantes. Así, a mediados del siglo XVIII, el Ayuntamiento de Huércal-Overa mandaba «Que todos los vecinos que tengan haciendas que linden con Ríos, Ramblas y otros sitios que puedan tener quebranto de alguna ruina en dichas haciendas, les pongan defensas de alamedas ú otros arbolados que sean bastantes para su defensa,lo que cumplan bajo el término de 3 meses, que cumplirán el último día de Marzo de este año, bajo pena que el que no lo hiciere, además de que se mandare hacer á su costa, incurrirá en la impuesta por la Real Pragmática de S. M. (que Dios guarde) expedida en el año pasado de 1749.»

Actualmente no puede decirse lo mismo, pues son contados los ejemplares que quedan, por lo que si queremos seguir la tradición, habrá que replantar nuestras antiguas alamedas; de lo contrario, tendremos que expresar nuestro amor o amistad con álamos de plástico "made in China".

Más triste sería, aún, que abandonásemos estas bonitas costumbres que han conformado nuestra personalidad como pueblo, mientras abrazamos con impostado entusiasmo el primer "halloween" que nos pongan delante los "pastores".
¡Hágase cada cual, con su capa, el sayo que crea oportuno!


(1) Me he tomado la licencia de sustituir Duero por Surbo - derivado de flumen superbum -, que era como los romanos llamaban a nuestro río.
 

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