domingo, 27 de septiembre de 2020

LA ESTAMPICA DE SAN MIGUEL. Por Alonso Martos.

La edificación de la mayoría de los santuarios y ermitas, bajo las diferentes advocaciones - generalmente, santos -, se asocia a algún hecho milagroso o leyenda que se ha ido transmitiendo de viva voz de generación en generación y que ha despertado la devoción de los lugareños. Éstos festejan la onomástica del santo organizando romerías y celebrando la eucaristía en el centro religioso de referencia; además pueden sumarse otros actos de carácter festivo como bailes, comidas de hermandad, etc.

Pues bien, la Ermita de San Miguel, en Overa, construida en 1747, no es una excepción y también tiene su leyenda.(1) Se dice que dicha ermita, situada sobre la cima de un cerro en el Campico de Nubla, a la derecha de la carretera de Almería a Murcia, conserva bajo su altar una madriguera. Y es que cuentan que un sacerdote de apellido Mena, viudo y con hijos, y natural de Huércal-Overa, era gran cazador por lo que solía perseguir tenazmente a los conejos con sus veloces galgos y sus fieros hurones.

Cierto día llegó el presbítero por el aislado cerro, hoy llamado de San Miguel, y ante una madriguera ladraron los perros con insistencia; echados los hurones nada salía y admirado de la acción de sus canes miró el sacerdote con una luz no encontrando más que una estampa enrollada del Santo Arcángel que recogió y guardó cuidadosamente. De vuelta a casa contó el hecho a sus hijos encargando a la chica que guardase el curioso hallazgo, pero bien pronto notó la ausencia de la estampa, estando el cofre cerrado bajo llave.

Olvidó el hecho, Mena, y al poco tiempo repitió la cacería por el mismo lugar y nuevamente sus lebreles buscaron la madriguera y echado el hurón sacó éste entre sus patas la milagrosa estampa. Mucho preocupó al sacerdote el nuevo hallazgo y como tornase al hogar encargando la custodia de la estampa a su hija y ésta volviera a avisarle de su desaparición, retornó al sitio consabido donde por tercera vez fue encontrada, decidiéndose a la construcción de la ermita que tal milagro demandara.

El pueblo, que conoció tan portentoso hecho, acudió a rendir veneración al Santo y, como los donativos fuesen muchos, se reunieron tres talegos de oro, que considerando el sacerdote no era lugar seguro de custodia, llevó a un cortijo, empotrándolo en la pared de aquella pobre mansión.

Pasados los años, un labrador del pago de Overa, llamado Urbano, contó a los <<Siete Niños de Écija>>(2) dónde estaba el tesoro y desprevenido el sacerdote fue robado.

Al decir la misa de San Miguel, vio Mena dos hombres que ansiosos le buscaban: eran los parientes de Urbano que pedían la extremaución para aquél.

El delator había recibido de los bandidos cruel paliza y era conducido al pueblo en gravísimo estado; desde entonces la imagen es querida y temida, no pensando nadie en distraer sus bienes.

Esta es, amigos, la milagrosa leyenda de nuestra ermita de San Miguel, al que la familia Mena adoptó como patrón y venera con profunda devoción, reuniéndose sus numerosos miembros en el santuario, al menos una vez al año, para rendirle culto y festejar su onomástica. Tradicionalmente también  han asistido al acto otros devotos de la zona que han accedido a la ermita para sumarse a la fiesta.

_____________________________________________________________________________________________________________________________________________________________________

(1) Fuente: El Mediterráneo de Almería. 3/6/1930. Pág. 1

(2) Los <<Siete Niños de Écija>> eran una cuadrilla de ladrones.


No hay comentarios:

Publicar un comentario