"Chérigan" es
un vocablo almeriense que da nombre a una tapa que podemos degustar en muchos de nuestros bares.
Es
difícil situar históricamente el origen de las tapas. Informaciones "wikipédicas" afirman que fue
el rey Alfonso X “el Sabio” quien dispuso que, en los mesones
castellanos, no se sirviera vino si no era acompañado de algo de
comida, para evitar que se subiera rápidamente a la cabeza. En
las ventas, eran frecuentes las trifulcas entre arrieros como
consecuencia de los efectos del vino.
Ya que “es
un líquido tan sutil que se sube
al
púlpito
del cerebro a predicar; pues de un cuartillo se va a siete y de siete
a... siete mil (Así lo recitaba, al modo juglaresco, mi buen amigo:
El Cañón de Overa)”.
Para
que no cayeran moscas, mosquitos... en la jarra o copa de vino, se
tapaba ésta con una loncha de jamón, rodaja de embutido, cuña de
queso o un trozo de pan. De ahí su nombre:
Tapa,
porque tapaba el recipiente.
Hay
quien sitúa su origen en tiempos más cercanos , aunque coincide en
que su protagonista es otro rey. En una visita oficial de Alfonso
XIII a Cádiz, éste se paró a descansar en un famoso ventorrillo y
pidió una copa de vino. Habiéndose levantado una polvareda, el
camarero tuvo la ingeniosa idea de colocar una lonchita de jamón en
el catavinos real con la finalidad de que no entrara arena en el
recipiente. A Su Majestad le gustó la idea, se comió el jamón,
bebió el vino y pidió otro pero con tapa.
Aunque no sería descabellado pensar en su origen popular, pues en las
dilatadas jornadas laborales , los trabajadores tuvieron la necesidad
de ingerir una pequeña cantidad de alimento que les permitiera
llegar a la comida principal.
En cuanto a su origen geográfico, tampoco
faltan los atrevidos que lo sitúan en
Almería o, ampliando un poco el marco, en Andalucía. Ya se sabe, con
facilidad le damos nacimiento en nuestra tierra a lo que
consideramos bueno o positivo, mientras desterramos con celeridad
lo que no goza de estas cualidades.
Sea como fuere, nadie que haya pasado por el Sur negará la variedad y excelencia
de nuestras tapas y el fomento de las relaciones sociales derivadas de la práctica del "tapeo".
Sin embargo, es probable que pocos sepan el origen del nombre de la tapa que nos ocupa: El "Chérigan".
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Chérigan de jamón. |
Y es que allá
por los sesenta, cuando en Almería, que era “el Hollywood
español”, se rodaban los “spaghetti western” y en el desierto
de Tabernas algún sheriff perseguía a los forajidos, - o los indios y
los vaqueros dirimían sus diferencias a tiro y flechazo limpio -
había en el Paseo de nuestra capital una famosa cafetería por la
que desfilaba lo más granado de la sociedad almeriense: El Café
Colón.
También
pasaban por allí los famosos actores y actrices que venían a
nuestra tierra a rodar todos los “buenos, feos y malos”
peliculeros habidos y por haber. Sobra decir que, en la tierra de la
mujeres guapas, la belleza la ponían nuestras paisanas y los hijos
de éstas, que para no dejarlas en mal lugar, se parecían a sus
madres.
Como
no podía ser de otra manera, los gringos daban buena cuenta de
nuestros excelentes vinos y cervezas a las que, como es preceptivo en
nuestra tierra, acompañaban sabrosas y exquisitas tapas. El
cocinero, al que apodaban el sheriff, preparaba una tapa con una
rebanada de pan de forma alargada a la que, después de tostarla y
untarla con alioli o tomate, añadía atún, jamón, queso...Por su
forma y quizás por el ambiente pistolero, dieron en llamarla “The
sheriff gun”
(La pistola
del sheriff).
No tardaron mucho los almerienses de la época en poner la pistola en su funda y las cosas del lenguaje las resolvieron de pacífica manera llamando a la dichosa tapa como le correspondía en "nuestro andaluz": Chérigan.
He aquí una muestra más de la capacidad creativa e innovadora que siempre han tenido las distintas formas expresivas del castellano andaluz.
No tardaron mucho los almerienses de la época en poner la pistola en su funda y las cosas del lenguaje las resolvieron de pacífica manera llamando a la dichosa tapa como le correspondía en "nuestro andaluz": Chérigan.
He aquí una muestra más de la capacidad creativa e innovadora que siempre han tenido las distintas formas expresivas del castellano andaluz.
Y, llegados
a este punto, confieso que me he quedado sin balas, que como las
palabras , al final también se acaban; pero más vale que así sea porque, de lo
contrario, los pesados nunca acabaríamos las historias. Hasta la próxima.
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