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Hoy
se considera que las razas humanas no existen o que todas las
personas pertenecemos a la misma “raza”.
La
mayoría de la gente tiene la piel morena. Que los europeos del norte
sean muy blancos o los centroafricanos muy oscuros, es el resultado
de procesos adaptativos relacionados con el clima y la incidencia de
los rayos solares. Por tanto, parece lógico pensar que hace miles de
años todos serían morenos.
Por
otro lado, aunque convencionalmente llamemos colores al blanco y al
negro, parece ser que físicamente no lo son.
Pues
bien, con cierta frecuencia escucho la expresión “personas
de color” para referirse a individuos de piel negra o muy
morena. O sea, lo que siempre hemos entendido como personas de “raza
negra”. Porque si a usted le dicen que un “atleta de color” ha
ganado la carrera de los cien metros lisos, seguramente entenderá
que la ha ganado una persona de piel negra, no un oriental o un
blanco. O ¿es que habrá quien piense en una persona azul o verde?
Entonces,
¿a qué viene el eufemismo? Parece ser que algunos creen que es
ofensivo, duro o malsonante llamar negro a un negro. Pero, ¿por qué
ha de serlo? ¿Acaso lo es llamar blanco a un blanco? Pienso que
objetivamente, “el pecado no existe; sólo está en la prejuiciosa
y pervertida mente del moralista”. Y si alguien lo dice con
intención de ofender, es que tiene las luces más cortas que las
mangas de un chaleco y, además, es un un xenófobo y un racista.
Si
yo fuera “negro” no me gustaría que se dirigieran a mí como una
“persona de color”. Es lo que le pasa a Cécile Kyenge - la
primera ministra negra en la historia de Italia - quien indicó a los
que dudaban si llamarla ministra de color o afroitaliana: -
“No, yo no soy de color; yo soy negra”.
Nada de andarse por las ramas de la cursilería; al pan, pan... La
ministra de integración también aclaró que los insultos racistas
no le afectaban, porque su objetivo era demostrar a los inmigrantes
que ellos también podían salir adelante.
Aunque
pienso que los defensores de esta especie de “asepsia del
lenguaje” lo hacen con la mejor de las intenciones, también creo que no siempre aciertan en sus propuestas; por tanto, me
niego a seguirlos de forma acrítica. Y he de confesar que algunos de
esos creadores del lenguaje políticamente correcto, esa especie de
“macarras de la moral lingüística” que diría Serrat, me ponen
negro. ¡Bueno...qué digo! Me ponen “de color”.