-“¡Estudia,
hijo mío! Para que no tengas una vida como la mía y, además,
porque el saber es muy bonito ”
- aconsejaba un jornalero andaluz
a
su retoño,
hace
unos años.
Los padres siempre
aspiramos a que nuestros hijos tengan una vida mejor que la nuestra,
sobre todo si ésta es o ha sido muy dura.
La
formación personal se veía como el mayor tesoro que podían
adquirir los pobres. Era considerada como un elemento fundamental en
la promoción social (“Para
que no tengas una vida como la mía”).
De
ahí el dicho popular: “Un
pobre estudiando y un rico durmiendo, éste va bajando y el pobre
subiendo”. Pero,
además,
se
valoraba el saber por el saber (“El
saber es muy bonito”).
También
era frecuente que los padres aconsejaran el estudio a sus hijos para
que “el
día de mañana fueran hombres de provecho”.
Son consejos cargados
de sentido común y seso. Porque a través del estudio se llega al
conocimiento, que hemos de poner al servicio de nosotros mismos y de
los demás; a ganarnos la vida honradamente, lo que nos proporciona,
a su vez, una satisfacción personal. También aquí aparece el
aspecto de la formación personal y la dimensión social, en tanto
que el saber adquiere su sentido completo cuando se pone al servicio
de los demás.
Sin
embargo, actualmente, parecen escasear las personas apasionadas del
saber por el saber, cuya obra es fruto de una obsesiva curiosidad. Y
también presiento que cada vez hay menos interés en la formación
humanística. Ya lo advertía Ángel Ganivet cuando se quejaba de
que “
nuestros centros docentes son edificios sin alma; dan a lo sumo el
saber, pero no infunden el amor al saber, la fuerza inicial que ha de
hacer fecundo el estudio cuando la juventud queda libre de tutela”.
Estudiamos
más para Tener
que para Ser.
Se estudia para tener
un título que nos servirá para tener
un trabajo; y así poder tener
un sueldo para tener
un poder adquisitivo, que te permita tener
cosas...mercancías...
¿Y
el Ser?
Estudiar para ser
una persona culta, para ser
una persona con espíritu crítico, con personalidad; para ser
un librepensador, en definitiva.
A veces, educamos a
nuestros hijos poniendo más énfasis en su formación profesional,
que en su formación personal; orientándolos o aconsejándoles
aquellas carreras que tienen más “salidas laborales” y orillando
sus “gustos o preferencias por otras áreas del saber”.
No es raro oír a los
niños desdeñar el estudio, argumentando que para qué van a
estudiar, si luego también los titulados universitarios están en
paro o en oficios que no se corresponden con sus estudios ni con su
“categoría” profesional; lo que demuestra que no les estamos
inculcando el valor intrínseco del estudio:Estudiar para saber, para
su formación personal.
Y
aunque los centros educativos no pueden ignorar el mundo que les
rodea, con demasiada frecuencia los contenidos curriculares de
nuestras universidades se
ven influenciados, más allá de lo razonable, por “los intereses
del mercado laboral”.
En
algunas ocasiones quedamos perplejos y nos extrañamos de algunos
“comportamientos impropios” de personas con formación
universitaria. Nos resulta sorprendente, pongamos por caso, que
alguien con “una prestigiosa carrera” no dé los buenos días al
llegar a la sala de espera de la consulta médica...Su proceder nos
parece “poco educado” y más propio de un “burro cargado de
libros” que de una persona “con cultura”.
Cuenta Erich Fromm que "en épocas anteriores de nuestra cultura o en India y China, el hombre más valorado era el que poseía cualidades espirituales sobresalientes.
Ni
siquiera el maestro era única o primariamente una fuente de
información, sino que su función consistía en transmitir ciertas
actitudes humanas. En la sociedad capitalista contemporánea – así
como en el comunismo ruso – los hombres propuestos para la
admiración y emulación son cualquier cosa menos arquetipos de
cualidades espirituales significativas.”(1) Las
personas, en general, y los niños en particular, admiran a
deportistas (futbolistas, especialmente), cantantes, estrellas
cinematográficas... o personas que “han triunfado en la vida”
(lo que significa: tienen mucho dinero).
Por
su parte, García Lorca decía que “si
llegaba a pasar hambre, no pediría un pan; pediría medio pan y un
libro (...) Porque sin la cultura que fortalece el espíritu, los
hombres se convertían en máquinas al servicio del estado, en
esclavos de una terrible organización social”.(2)
Puede
decirse que por la ignorancia se desciende a la servidumbre, mientras
que por el saber y la cultura, se asciende a la libertad.
El saber por el saber es el saber filosófico, el saber más elevado y superior de todos los que hay, según Aristóteles, porque es el saber más "inútil" de todos cuantos existen. Inútil porque no se busca en función de algo, sino que se busca a sí mismo.
Pero la Filosofía no es sólo un saber teorético. El saber filosófico también se dirige a la acción y a la práctica. Sí es " útil": sirve para formar personas capaces de pensar, de tomar decisiones por sí mismas, de cooperar y relacionarse positivamente con los demás, de posibilitar las herramientas adaptativas ante diversas situaciones...Lo que hace que estas personas sean más polivalentes que las que sólo tienen una formación muy especializada y específica.
No es necesario rebuscar mucho en la historia para encontrar aplicaciones prácticas de incalculable trascendencia e importancia. Baste pensar que los principios filosóficos de la Ilustración inspiraron la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, aprobada durante la Revolución Francesa; y que la voluntad mayoritaria de hacer realidad estos derechos, ha dominado la Historia Contemporánea occidental.
Para concluir, creo que una de las labores que la educación deberá llevar a cabo con mayor ahínco habrá de ser la formación de la personalidad de los alumnos - la famosa educación integral -, para que haya un equilibrio entre la formación profesional orientada al desempeño de actividades productivas y la formación personal, más acorde con las actividades ciudadanas. “Saber ser” y “saber estar” son saberes complementarios, porque hay que saber ser persona y saber estar en las distintas circunstancias de la vida.
El valor del saber está en relación directa a la “categoría humana” que proporciona a la persona, al tiempo que es la brújula que nos dice por qué caminos debemos transitar en la vida y cuáles debemos ignorar; y aunque compartamos el principio según el cual “Primun vivere deinde philosophare” (primero vivir, después filosofar), creo que podemos convenir con el poeta que: “Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan”.
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(1)
Fromm, Erich: “El miedo a la libertad”.
(2)
Discurso de Federico
García Lorca al inaugurar la biblioteca de su pueblo, Fuente
Vaqueros (Granada), en 1931.
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